El domingo pasado fue de Resurrección. Millones de creyentes celebraron la fiesta más importante para la fe cristiana, con la que adquiere sentido la religión. Católicos y cristianos lo consideran un hecho histórico cuyas pruebas, entre otras, son el sepulcro vacío a pesar de la guardia que lo custodiaba, las numerosas apariciones a sus discípulos de las cuales dan fe por escrito, la transformación de miedo en valentía por los apóstoles, la posterior dispersión por todas las tierras conocidas y el nacimiento de una Iglesia que ha propagado esta fe por casi dos mil años.
Comienza el Domingo de Ramos con la entrada de Jesús a Jerusalén, donde fue recibido por una multitud que lo aclamaba como el Mesías. Llegó montado en un asno como símbolo de humildad, para cumplir la profecía de Zacarías. Esa misma multitud no bien comprendía quién era Jesús, estaba sujeta a influencias externas, presiones sociales, consignas políticas, inconsciente hasta dejarse llevar por los demás, imitadora de conductas colectivas en una condición frágil de fe, de supuesta libertad de pensamiento y libre albedrío.
El lunes de autoridad conmemora la purificación del Templo y Jesús expulsa a los mercaderes para restaurar el orden. El martes se menciona la maldición de Jesús sobre una higuera sin frutos, como una advertencia para aquellos que no dan frutos de fe y buenas obras en su vida. El miércoles se menciona la traición de Judas, se evoca la importancia de la fidelidad y se advierte contra la falsedad e hipocresía. Estos días sin aparente actividad, también tienen un significado religioso que se transmuta a las acciones de los seres humanos en la vida diaria. Son una oportunidad para hacer una pausa, reflexionar sobre sí mismo y su entorno, reducir el estrés, el ruido y las prisas, y desconectarse un poco del apremio de la vida cotidiana.
El jueves se celebra la Última Cena con sus discípulos. Es un evento fundamental en la historia cristiana, un llamado a la humildad y el servicio, donde el pan y el vino se convierten en símbolos de su cuerpo y su sangre, del nuevo pacto, de vida y espiritualidad, recordando para siempre la razón de su sacrificio. Es también el anuncio inminente de la infidelidad y la traición, de la hipocresía y la ambición. La cena se realiza dentro de la tradición judía, pues Jesús y todos ellos eran judíos. Pero posiblemente Jesús no cumplió todo el ritual de la Fiesta de los Panes sin Levadura. Llevó a cabo la ordenanza del lavado de los pies, cuyo significado del Santo Sacerdocio todavía les faltaba por aprender. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. No imaginaban lo que en las siguientes horas ocurriría, por más que Jesús lo evidenciaba: “A donde yo voy, ustedes no pueden ir”. Y en Juan 14, 15 y 16 aparece el último discurso que Jesús les destina.
Oró Jesús en el Monte de los Olivos, en el Huerto de Getsemaní. Su meditación, sabiendo que la hora se acercaba, fue de intensa reverencia a Dios. En su profundo sufrimiento y angustia, entregaba su voluntad al Padre. Quizá lo que siguió es lo más conocido: viernes santo, día de la pasión y muerte de Jesús en la cruz, con toda una serie de pasajes cargados de misticismo, significados, alegorías y metáforas sobre la fe, la naturaleza humana, la lucha perenne entre el bien y el mal, la fragilidad de conciencia, lo influenciable del criterio humano.
El sábado es como un día de espera y silencio, mientras el sepulcro es custodiado por una guardia armada. Pero el domingo celebra la resurrección como la victoria sobre la muerte y la liberación e inicio de una nueva vida para los creyentes. Los discípulos de Jesús todavía habrían de pasar por duras pruebas que los prepararán para iniciar su apostolado y crear la iglesia primitiva. San Pablo decía: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (I Corintios 15).
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