Hoy en día el mundo es un lugar menos igualitario a lo que pudo ser a principios del siglo pasado. Durante el siglo XX presenciamos una mejora drástica en el nivel de vida de los países más ricos. Pero el nivel de vida de la población en su conjunto no mejoró a un ritmo similar, y menos en muchos países pobres en donde, a lo más, tal vez sea un poco mejor de lo que era hace cien años (Cyril Aydon, Historia del Hombre, Ed. Planeta, México, 2011, p. 465).
Al iniciar el siglo pasado, la población mundial se aproximaba a 1,600 millones de habitantes. Cien años más tarde, según estimaciones de la ONU, «en 1999, éramos 6.000 millones. En octubre de 2011, se estimaba que la población mundial era de 7,000», y ahora se especula que somos aproximadamente unos 8 mil millones de personas sobre el planeta. Dentro de este crecimiento poblacional, la brecha de la marginación también se amplía.
Desde el comienzo de la Revolución Industrial se produce una explosión demográfica sin precedentes (Recordemos a T. Malthus y su polémico “Ensayo sobre el principio de la población”, de 1798). El exponencial crecimiento de la población mundial durante los últimos cien años nos sitúa en una encrucijada frente a formas más sostenibles y sustentables y ante una amenaza al medio ambiente que coloca al ser humano en el centro del remolino destructivo.
En el siglo XIX la población se duplica y al finalizar el siglo XX casi se cuadruplica. Las cifras serían enormes pero la mejora en el nivel educativo de la mujer, su independencia de las ataduras del hogar tradicional y una variedad de métodos anticonceptivos han dado lugar a una planificación familiar o a una solvencia femenina para decidir los embarazos.
Los avances médicos, científicos, tecnológicos y económicos fueron parte determinante en este crecimiento exponencial. Y cada vez es más urgente resolver la amplia gama de problemas existentes, romper las barreras de la marginación y la pobreza, abrir oportunidades a una mayor equidad en la distribución de la productividad y la riqueza, y leyes que se cumplan para la protección ética de la vida y de los derechos humanos fundamentales. El progreso y la sobrepoblación no nos llevan a ganar en calidad de vida.
Y. N. Harari, en “De animales a dioses”, dice en su línea temporal de la historia (p. 12), que «Los humanos trascienden los límites del planeta Tierra. Las armas nucleares amenazan la supervivencia humana. Los organismos son cada vez más
modelados [intervenidos] por el diseño inteligente que por la selección natural.» Más adelante pregunta sobre lo futuro «¿El diseño inteligente se convierte en el principio básico de la vida? ¿Se crearán los primeros seres vivos no orgánicos? ¿Los humanos ascienden a la categoría de dioses?
Hay que entender la mirada de Yuval Noah Harari y de tantos otros, algunos de los cuales han supuesto que el hombre y la mujer nacen nobles y buenos y que la sociedad los corrompe, como es el caso de Rousseau, a diferencia de Kant y de Hobbes. Distintas corrientes de pensamiento han vivido en confrontación y debaten entre lo bueno y lo malo que el ser humano es en la naturaleza, su relación con los demás y su percepción de la vida. El niño vivencia con los adultos que le rodean y de tales experiencias desarrolla su concepción futura del mundo y de la vida. Más tarde, como adolescente, reflexiona y se rebela; pero su pensamiento está lleno de los escenarios y experiencias vividos en su pasada niñez.
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