Vivimos una espectacular época de cambios. Cambian las relaciones humanas, las esperanzas de vida, las formas de comunicarse, de viajar de un lugar a otro, la energía de los transportes, los conceptos del universo, las tecnologías científicas, la idea de la inteligencia, la conectividad global, el panorama laboral ante la automatización, valores y normas sociales, la urbanización, y un largo etcétera.
Hasta el medio ambiente y los ecosistemas, el clima y las estaciones del año, que debieran ser más estables, están cambiando. El ambiente que rodea al planeta es más propicio para expandir plagas, virus y bacterias que mutan de un lugar a otro, de un instante a otro. Decía el químico francés Lavoisier: “Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma” como un principio de conservación de la masa que se aplica a las reacciones químicas. Sin embargo, en otro plano, no todo lo que se transforma conserva su esencia.
¿Y la naturaleza humana también está sujeta a estos cambios? Porque ya vimos que cambia aquello que crea el hombre, la civilización, las tecnologías, las ciencias, las sociedades, los conocimientos, la cultura, el pensamiento, el comportamiento, los valores, y el planeta cambia por su instinto destructor. ¿Y el ente creador no cambia? Tal vez la naturaleza humana en sí misma no está cambiando, sino más bien la comprensión que de ella ha existido, pues en el debate algunos sostienen que existe una esencia universal permanente y otros creen que la naturaleza humana es más fluida y moldeable.
Lo importante es no olvidar que la naturaleza humana puede ser considerada desde diferentes perspectivas, desde distintos puntos de vista: biológico, antropológico, psicológico, filosófico, epistemológico (conocimientos y experiencias), histórico, cultural, sociológico, mismos que se fortalecen o modifican al crecer las posibilidades de intervención tecnológica sobre el propio ser humano, generando la bioética y la filosofía aplicada a varios campos de la ciencia médica y la tecnología.
Un cambio muy propio de los tiempos que corren es que el ser humano ha perdido su capacidad de asombro y de curiosidad. También ha perdido mucha ingenuidad para ver el mundo, la vida, la naturaleza que le rodea, el universo que vislumbra por las noches, la representación de Dios. Hoy se apropia de ideas preconcebidas, escritas o dichas en las redes sociales, la mayoría sin fundamento ni esencia mística. No se omite que muchos indagan en revistas y libros, en páginas web reconocidas por su calidad y fundamentación. Esto permite un equilibrio social, psicológico, filosófico y cultural, que influye profundamente en cómo se expresa la naturaleza humana.
Las normas sociales, los valores, las tradiciones y costumbres, las cosmovisiones, el ideal de ser humano, cambian en el tiempo y espacio, en épocas y regiones provocando transformaciones en el comportamiento y la forma de pensar. De igual forma la evolución biológica ha experimentado algunos cambios genéticos, por medio de los procesos lentos de adaptación a nuevos entornos y formas de vida. La ciencia aparece con la biotecnología que plantea la posibilidad de modificaciones genéticas inducidas que pueden significar un profundo impacto en la expresión de la naturaleza humana.
Cuánto diera cualquier ambientalista, científico o filósofo de la naturaleza humana para que la humanidad no sea esa especie parásita, cuyas pautas de consumo irracionales se extienden sobre el planeta y lo pone en peligro, lo ahogan, lo agotan, lo extinguen. Para que la gente no preste oídos a los negacionistas que aseguran que el problema no es tan grave porque La Tierra tiene poder de recuperación. Cuánto dieran porque creyesen que el ser humano no es perfecto pero sí perfectible, que todavía puede evolucionar a estadios superiores y que debe haber formas para que la mayoría de las personan en el mundo puedan alcanzar esos estadios.
gnietoa@hotmail.com
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