Francisco Cabral Bravo 
 Hay palabras que en México, particularmente en el ámbito político, adoptan un significado muy alejado del contenido en los diccionarios. 
 “Debate” es mucho más que una confrontación de ideas y un acto preliminar fundamental para que toda idea controversial sea legitimada. No hay proposición que valga si antes no ha pasado por el tamiz de los dimes y diretes de aquellos que están a favor y en contra. El debate es fuego purificador que limpia la impureza, además certifica la ansiada pulcritud. Y por supuesto, lo ideal es que “debata” la “sociedad civil”, otra expresión nebulosa que en México significa generalmente, toda persona ajena a la política. 
 El “debate” debe estar abundantemente acompañado de adjetivos: abierto, exhaustivo, democrático plural, de calidad para que, obvio, no sea un falso debate. 
 Los cambios los hay consecuenciales, obligados, impulsivos, de supervivencia y más. No importa que motive un cambio relevante en tu organización, habrá fuerzas que lo facilitarán y fuerzas que lo resistirán. Es relativamente fácil cambiar algo que nunca te ha gustado, jamás ha servido en óptimos o, de plano, te aburre. Lo extremadamente difícil es cambiar algo que te encanta, te ha funcionado o, mejor aún, te sigue entusiasmando. 
 Cambiar es transformar algo en otra. Lo cual implica dejar de ser o hacer cierta cosa para convertir ese algo en otra cosa diferente. Cambiar incomoda. Obliga a codificar cosas con parámetros distintos y a procesar asuntos de manera diferente. 
 En todos los casos, el cambio implica desprendimiento, emocionalidad, carga energética adicional y, sobre todo, disposición a la adopción de algo que no se termina de entender, conocer o aprender de manera inmediata. Hay cambios de “dejar hacer y los hay de “adopción pragmática”. 
 En cualquier caso, el cambio en sí mismo desestabiliza al más plantado. Incómoda al más establecido. Y tiende a sorprender al más escéptico. Cambiar no es renovar un ciclo, es transformar una realidad en otra cosa que se espera resulte mejor para los esfuerzos del conjunto en la ventana de tiempo que lo incentiva o lo obliga. 
 Y en todo ese esfuerzo, cambiar no solo es un proceso argumentativo, sino que es profundamente emocional. Impliqué explicar, conocer y hacer sentir bien. Requiere trabajar y mantener un mínimo de confort. Porque como bien afirma Rodrigo de Val en su conferencia “Break to Build”: “El cambio no es sólo lógico, sino psicológico”. 
 Y es que como dijo Robespierre: “castigar a los opresores en clemencia. Perdonarlos en barbarie. ¡Qué actual la reflexión de ese gran revolucionario! 
 Dándole vuelta a la página en el relato bíblico de la Torre de Babel, la humanidad, unida por una sola lengua y un propósito común decide edificar una construcción que alcance el cielo. Su motivación no era la supervivencia o el progreso colectivo, sino la hibris desmedida (orgullo excesivo, arrogancia o soberbia). “Hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la Tierra” (Génesis 11:4). 
 La respuesta divina no fue un castigo por ambición, sino una cura para una unidad corrupta por la arrogancia, confundiendo sus lenguas y los dispersó. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra. 
 Hoy milenios después, vivimos en una parábola inversa y a la vez idéntica. No estamos construyendo una torre física con ladrillos y asfalto, sí no un complejo entramado global de poder, tecnología y deshumanización. 
 Nuestra torre es en intangible, pero sus sin vientos son igual de frágiles: la ilusión del líder es que se creen dioses, un surrealismo gubernamental divorciado de la ética y la decencia y una sociedad que, en lugar de ser esparcida permanece en un letargo voluntario ante el abuso y la inconsciencia. Un surrealismo social incoherente e inconsciente que no ata ni desata, que camina como zombi en búsqueda de “quién sabe qué”. 
 La figura del líder moderno ha mutado desde la de un servidor público a la de un arquitecto demiurgo. En el relato original, el pueblo tenía un objetivo claro, pero hoy son los propios “líderes” quienes encarnan la hibris de la torre. Se sienten dioses en salas de juntas y palacios de gobierno, creyendo que sus decretos y algoritmos pueden moldear la realidad a su antojo. Su lenguaje no es el de la compasión o el servicio, sí no el de la eficiencia despiadada, el control, la narrativa autojustificativa o falacias adornadas como frases ideológicas para darle “atole con el dedo” al pueblo. 
 En otro orden de ideas el gobierno de Claudia Sheinbaum “está haciendo milagros” para que el papa León XIV venga México, como parte de su gira en América latina por Argentina, Uruguay y Perú. 
 La Curia Vaticana evalúa que obispos católicos y el gobierno local coincidan en la intervención, pero no es razón suficiente: Roma no tiene prisa y antes quiere comprobar que la relación Iglesia-Estado en México vaya creciendo en confianza y respeto, porque vienen de un menosprecio. 
 La secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, ha tomado el encargo como una cruzada personal y ha urgido a Alberto Barranco, el embajador de México en la Santa Sede, a cabildear con la secretaria de Estado Vaticano y el Dicasterio de Relaciones Exteriores para hacer posible la visita del Pontífice a nuestro país. 
 Durante la investidura del cardenal Prevost como Sumo Pontífice, la secretaria es Rodríguez, a nombre del gobierno de la 4T, hizo la investigación oficial para que el nuevo dirigente de la Iglesia católica visitará México tan pronto como su agenda lo permitiera. 
 El nuevo gobierno Vaticano que encabeza el Papa Agustino León XIV toma las cosas con calma, particularmente los viajes al exterior del líder de los católicos. A pesar de que Robert Prevost ha dicho que su pontificado será misionero. 
 Hasta ahora se sabe que el Papa viajará a Turquía del 27 al 30 de noviembre y luego irá al Líbano entre el 30 de noviembre y el 2 de diciembre. En Turquía conmemorará los 1700 años del Concilio de Nicea. 
 En los círculos vaticano se comenta que el líder de los católicos irá a España y Portugal en 2027, particularmente a Santiago de Compostela: antes, el próximo año, el papa León estará en Sudamérica, en aquellos países que el jesuita Francisco no visitó; se habla de Argentina, Uruguay y Perú, país adoptivo del estadounidense porque fue obispo de Chiclayo. 
 En el poco tiempo al frente de la Iglesia católica los vaticanólogos consideran que el León debe ordenar la casa respecto a la forma en particular en que Francisco llevó al gobierno de la institución durante 12 años de pontificado (marzo de 2013 hasta su fallecimiento en abril de 2025). 
 El anotan en lo interno: aumentar la unidad de la jerarquía y superar la polarización eclesial por motivos doctrinales, litúrgicos y grupos de poder. 
 Recuperar la credibilidad ante los abusos sexuales de la jerarquía. 
 Incorporar a los laicos (1400 millones) al trabajo de evangelización, pero sin ocupar funciones de sacerdotes. 
 Resolver la situación financiera de la Santa Sede y reformar la curia vaticana. 
 En lo externo: Promoción de la paz. Trabajar por la paz en un mundo marcado por conflictos y la polarización política. 
 Acercarse a nuevas regiones donde el catolicismo está en auge, como África y Asia, mantener y profundizar el diálogo interreligioso iniciado por Francisco. Conectar con los jóvenes. 
 El papa León, en lo doctrinal se parecerá más a Benedicto sin ser el teólogo que era al alemán: este canonista, experto en teología pastoral y conoce a fondo cómo funciona la curia. 
 Para que el Vaticano gire su murada hacia México no basta con las gestiones que realizan el embajador mexicano y las autoridades encargadas de la relación con la Santa Sede. 
 En Roma opinan que la administración de Claudia Sheinbaum hay que darle tiempo para que aterrice y muestre cuáles son sus comportamientos ante los valores que promueve la Iglesia, respeto a la vida, los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho. 
 Un obispo mexicano consultado respecto a la posible visita de León a México dijo: “No tendremos otro papa tan cercano a nuestro país como Juan Pablo II, las prioridades de León son otras”. Tal vez venga en 4 años o más. 
  
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