De Veracruz al mundo
MOMENTO DE ACOTAR
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2025-07-28 / 16:03:32
En la política hay mucha hipocresía


Francisco Cabral Bravo

Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil

Así que, señoras y señores mientras son peras o manzanas desde hace 190 años, en la bilateralidad México-Estados Unidos todo es un asunto de poder político, sin excepción alguna. Desde una guerra hasta una broma, todo ha quedado registrado en los espacios de la política. Así nos lo dice la Teoría del Poder en sus teoremas 3° y 10°, conocidos como principio de ubicuidad y principio de inmaterialidad, respectivamente.

Es por eso que los “Aranceles-Trump son un asunto punitivo de naturaleza política y no pueden ser considerados como un asunto tributario ni comercial”. Así nos lo diría cualquier economista sensato. Quizá Donald Trump no le interese proteger a sus trabajadores ni a sus empresas, sino satisfacer a sus seguidores y juguetear con México.

Para la ciencia económica y para la teoría tributaria, el arancel es un impuesto indirecto que encarece el producto y que pagan los compradores.

Vale para los productos superfluos, pero es un absurdo en los productos necesarios y en los insumos.

Los estadounidenses pagarán un precio para que su presidente humille a su vecino.

También es por eso que los “Testigos Trump” son un asunto punitivo de naturaleza política y no pueden ser considerados como un asunto penal ni procesal. Así no lo diría cualquier jurista sensato.

Para la ciencia jurídica, los testigos convenidos pueden ser de tres tipos. Estos modelos arancelarios y testimoniales no son un instrumento sensato de la economía ni de la abogacía.

Aprovecho este espacio para reconocer al Dalai Lama: “Nunca obtendremos la paz en el mundo externo hasta que hagamos la paz con nosotros mismos”. Esta paz lejos de ser una mera ausencia de conflicto o un estado de pasividad, es un profundo sentido de armonía interior, de conexión con uno mismo y con algo que trasciende lo meramente material. es el puerto seguro al que regresar cuando las tormentas externas o internas azotan, y su búsqueda constituye un acto esencial de auto preservación y realización humana. La realidad contemporánea ofrece un terreno fértil para la intranquilidad del alma. La presión por el éxito, la comparación constante alimentada por las redes sociales, la saturación informativa, la crisis ecológica y la precariedad en diversos ámbitos generan ansiedad, estrés crónico y una profunda sensación de vacío.

Este malestar no siempre se resuelve con soluciones externas, más posesiones, más estímulos, más actividad. Es aquí donde surge la conciencia de que la verdadera serenidad debe cultivarse desde dentro, en el núcleo mismo de nuestro ser. La paz espiritual individual se convierte así en el antídoto indispensable. La ciencia reconoce cada vez más el vínculo indisoluble entre mente, cuerpo y espíritu. La paz espiritual, al generar calma mental, aceptación y equilibrio emocional, sienta las bases, para un bienestar holístico. Es un pilar fundamental de la salud preventiva y la resiliencia.

La vida está intrínsecamente marcada por el cambio y la imprevisibilidad. Pérdidas, fracasos, giros inesperados son inevitables. La paz espiritual no elimina el dolor, pero proporciona un centro de gravedad estable desde el cual afrontarlo, se convierte en la brújula ante la incertidumbre.

Muchas de nuestras acciones están motivadas por miedos, condicionamientos sociales, deseos compulsivos o la búsqueda de validación externa. La paz espiritual, fruto del autoconocimiento y la introspección, nos libera gradualmente de estas ataduras invisibles. Esta es la verdadera libertad interior.

La búsqueda de paz espiritual es, en esencia, una búsqueda de significado.

Paradójicamente, solo cuando estamos en paz con nosotros mismos, podemos establecer relaciones verdaderamente sanas y profundas con los demás. La paz interior disuelve la necesidad de proyectar inseguridades, de competir o de llenar vacíos a través de otros. Permite el encuentro desde la plenitud, la compasión genuina y la presencia auténtica. La búsqueda de esta paz, es un cambio profundamente personal. No hay fórmulas únicas, ni atajos universales.

Encontrar la paz espiritual individual no implica aislarse del mundo o negar sus problemas. Una persona en paz consigo misma radica una calma que puede contagiar, actúa con mayor sabiduría y contribuye a tejer una red social más resiliente.

La urdimbre indispensable para el bienestar de la humanidad.

La necesidad de encontrar la paz espiritual en lo individual es una respuesta a las complejidades y presiones de nuestro tiempo. Es un acto de soberanía sobre nuestro bienestar más profundo, un requisito para la salud integral, una brújula en la incertidumbre y la fuente última de significado y libertad auténtica.

En un mundo que a menudo nos empuja hacia afuera, hacia la dispersión y la superficialidad; cultivar el jardín de la paz espiritual no es un retiro egoísta, sino el gesto más radical y necesario para construir una vida plena y, desde allí, contribuir a un mundo más sereno.

Finalizo esta parte con un pensamiento sobre los que se basa la filosofía de los pueblos nativos americanos. Estas enseñanzas no son historia antigua. Son instrucciones para el alma. Son códigos sagrados de balance, belleza y pertenencia que hemos perdido en el ruido.

“Cuando entendamos que la Tierra no es un recurso, sino nuestra madre. No somos sus dueños. Somos sus hijos. El planeta es sagrado y nos está pidiendo que recordemos. Cuando entendamos que todos los seres somos parientes. Cuando entendamos que nadie está por encima de la Naturaleza.

Que somos Naturaleza. Cada árbol, animal, río y piedra son nuestra familia. La Ruta Bella es el camino. Esto significa caminar en armonía. Con la Tierra, con el Espíritu, contigo mismo. No es perfección, es alineación sagrada.

Una de las características más sutiles, pero decisivas, de la cultura contemporánea es que hemos perdido la noción del sentido. Vivimos rodeados de datos, imágenes y sonidos, nuestra atención se fragmenta, nuestra memoria se dispersa y nuestra vida interior queda relegada a los márgenes. El exceso estimula, sí, pero también satura. El resultado es una cultura desbordada emocionalmente, pero incapaz de sostener una búsqueda onda de significado.

La experiencia emocional se ha vuelto efímera y adictiva. Cada instante de gratificación exige otro más intenso. La vida se vuelve una sucesión de picos emocionales sin mesetas de serenidad.

Está sobreexposición ha generado una nueva configuración del alma: un yo fragmentado, volcado hacia afuera, frágil frente a la frustración.

Las emociones han pasado del ámbito íntimo al centro de la conversación pública. No solo sentimos más, también esperamos que todo, la política, la educación, la cultura, se adapte a lo que sentimos. Y eso ha producido un desplazamiento de la razón en muchos casos, las emociones, pesan más que los argumentos. Como decía Carlos Llano, el sentimentalismo es esa forma de vida en la que las emociones, buenas o malas, terminan gobernando sobre la voluntad y la inteligencia. Este nuevo mapa emocional se refleja en manifestaciones concretas. En primer lugar, la ansiedad y la depresión se han convertido en un problema de salud pública global. Pero el dato más revelador quizá no sea estadístico, sino cultural: hemos naturalizado el malestar emocional y muchas veces lo asumimos con resignación, sin preguntarnos cómo revertirlo.

Un segundo fenómeno es el analfabetismo emocional. Muchas personas no saben nombrar lo que sienten, no distinguen entre tristeza y melancolía, entre enfado y dolor, entre deseo y capricho. Esa confusión debilita los vínculos humanos, dificulta el autocuidado y nubla la toma de decisiones.

El tercer síntoma es la insatisfacción crónica.

En un mundo donde todo se vuelve experiencia y consumo, la expectativa de felicidad es tan desmesurada que nunca se cumple. ¿Cómo tomar el corazón en un mundo que vive de la inmediatez? Conciencia significa saber nombrar lo que vivimos. No todo enfado es ira, no toda tristeza es depresión, no todo entusiasmo es alegría.

Cuando se cultiva la belleza, el arte, la lectura, la música, cuando se aprende a disfrutar de lo verdadero y lo noble, la vida emocional se enriquece.

Las emociones no desaparecen: se purifican. Y entonces pueden sostener la vida, no sólo agitarla.

Una educación emocional verdadera no busca proteger el dolor, sino enseñar a atravesarlo. No busca solo consolar, sino también despertar el gusto por lo profundo. Educar las emociones es, al final, una forma de humanizar. Y humanizar es devolverle al alma su centro, su ritmo, su voz.



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