Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued
Bardahuil
Gobernar a Veracruz bajo la presión, no ha de ser nada sencillo. Exigencia mayúscula, sobre todo si no se cuenta con colaboradores diplomáticos, económicos, políticos y parlamentarios de primera línea, confiables por su lealtad, diligencia, capacidad y experiencia.
La gobernadora Ing. Rocío Nahle tiene el liderazgo y autonomía es suficientes en el entendido de que este se gana y no solo se alcanza por el mero nombramiento y formalismo. Los reflectores están sobre ella, por ser mujer, la jefa del Ejecutivo Estatal deberá ejercer total y plenamente el poder que le confiere la Constitución. En el inicio de su gestión ha demostrado la voluntad política, que debe prevalecer para la solución de los problemas más acuciantes por los que transita el estado. Ha implementado las estrategias y políticas públicas correctas para alcanzar los objetivos trazados. Así como la asignación presupuestal que tiene que ver con asignaturas como la seguridad pública, salud, educación, energía, sustentabilidad, combate a la pobreza, entre otros.
Ha logrado conjuntar un equipo bastante experimentado, con los conocimientos necesarios, lealtad y capacidad, como en la secretaría y subsecretaría de gobierno, salvo algunas excepciones, y aunque es un gabinete de transición se renovará conforme pasa el tiempo para incrustar a nuestros personajes, podemos decir que el arranque pinta bien.
Fallar el penalti es la mayor vergüenza que hay en el fútbol. Fallar en el gobierno es la mayor vergüenza que hay en la política. En ambos, no cabe disculpa alguna. No se puede culpar a los jugadores del pasado porque hayan sido incompetentes. Ni al portero porque sea su adversario. Ni al público contrario porque no los quiera. Ni a la opinión pública porque los critique. Ni a nadie.
En la política, como en muchas otras actividades de los humanos, existen tres reinos, el de la mente, el de la palabra y el de la realidad. En estos reinos habitan, respectivamente, nuestras ideas y pensamientos, nuestras palabras o expresiones y lo que de verdad existe, aunque no lo pensamos ni lo digamos.
Hacer coincidir estos reinos no es sencillo ni frecuente porque es la resultante de una muy bien dosificada mezcla de inteligencia, de madurez, de honestidad y hasta de valentía.
Sin embargo, su ausencia no necesariamente deviene de una perfidia deliberada. No siempre se es mentiroso o estúpido por la propia voluntad sino por la confusión, por la obnubilación, por la efusión, o simplemente, porque nunca aprendieron el silogismo, lo que los llevó a fallar muchos penaltis durante todos los días de su vida. Pero en el reino de la mente, ¿de verdad creerán lo que ellos dicen?
Y es que, en todos los personajes públicos, existen por lo menos nueve versiones. La primera, como ellos dicen que son, o el discurso. La segunda, como los demás dicen que son, o el relato. La tercera, como ellos creen que son, o la fantasía. La cuarta, como los demás creen que son, o la encuesta. La quinta, cómo son en lo que no les ve, o la radiografía. La sexta, como los demás los han imaginado, o la leyenda. La séptima, como ellos y los demás desearían que fueran, o el ideal. La octava, como parece que son, o el relato. Y la novena, como realmente son, o el espejo.
Winston Churchill tenía razón no hay balazo, navaja, salto al vacío, horca, veneno que paren el corazón y libren al ejecutante de las torturas de este mundo. El suicidio político es una decisión o una cadena de decisiones que destruyen el futuro político. El único relevante para el sujeto, que muere políticamente, pero vive para sufrir su salida del poder.
En otro orden de ideas hay ocasiones en las que la realidad parece una suma de coincidencias y simples eventualidades que convierten la realidad en una suerte de galimatías que se necesita leer de una manera particular.
Quizá alguien podría suponer que esto implica una inteligencia singular para darse cuenta de lo que implica mirar, observar con detenimiento lo que ocurre a nuestro alrededor para llegar a comprender la importancia de nuestras palabras, los actos que nos definen, la imaginación con la que enriquecemos lo cotidiano, la libertad que nos permite comprender la historia a través de los errores y la esperanza que se encuentran en el fundamento de nuestro de venir como seres humanos.
No, no se requiere de unos lentes especiales para comprender la trascendencia de cada uno de nuestros actos y, con mayor énfasis, cuando se ponen en la mesa aspectos que ponen en riesgo aspectos que nos determinan como sociedad. En ese sentido, durante estos días podemos observar una de las paradojas que suelen presentarse en nuestra realidad y que es ineludible subrayar contrastes que, por cierto, se presentan con una preocupante frecuencia cada vez mayor.
La libertad que nace del conocimiento, de la lectura, de la reflexión y de compartir la posibilidad de un diálogo que se proyecta en cada una de las páginas que hallamos en los libros.
La libertad y la lectura también son actos de memoria. Por ello, siempre es necesario recordar a Joseph Roth quien, en 1938, durante el amanecer del fascismo alemán escribió: “Mes tras mes, semana tras semana, día tras día, hora en hora, de un instante al siguiente, en este mundo resultará cada mes más difícil expresar lo inexpresable”.
El círculo de la fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio. No obstante, se impone el deber, inexorable, que le ha encomendado a uno la gracia de pensar hasta el último momento, es decir, hasta la última gota de tinta, de tomar la palabra en el verdadero sentido de la palabra, la palabra amenazada por la paralización.
En nuestros días debe uno disculparse si escribe. Y sin embargo tiene que seguir escribiendo “(La filial del infierno en la Tierra, El Acantilado, 2004)”.
Tenemos que aprender que existe en nuestras vidas una “danza entre el cielo y la tierra”. Ambos enfoques encarnan una verdad incómoda, pero esperanzadora: la transformación real exige tanto fuego en el corazón como frialdad en la mente.
En otro contexto resulta inquietante, por decirlo menos, la persistencia de algunas figuras públicas que promueven la obtención en la próxima elección judicial del 1 de junio. En este momento trascendental para la democracia mexicana, propiciado por la reforma constitucional del 15 septiembre de 2024, la inacción no es una opción variable tal como la saben incluso quienes hacen ese llamado.
Por el contrario, hoy más que nunca se exige ciudadanía activa y responsable, dispuesta a afrontar los cambios con determinación para edificar un futuro más justo para México. La incertidumbre que pudiera suscitar este proceso inédito no debe ser motivo de repliegue, sino una motivación para ejercer con convicción el derecho y el deber de votar.
Es fundamental reconocer que el voto trasciende la mira facultad individual: constituye un deber ineludible con el entramado mismo de la sociedad, pues representa la herramienta más poderosa para incidir directamente en las decisiones que moldearán el devenir de la nación.
El voto es la llave maestra para impulsar transformaciones significativas: combatir las profundas desigualdades que aquejan al país, alcanzar una justicia social genuina y robustecer los derechos humanos que definen a la sociedad.
La indiferencia democrática representa un peligro latente, pues erosiona los cimientos de la participación y abre la puerta a la manipulación y el estancamiento.
La trascendental elección de quienes integrarán el Poder Judicial, piedra angular del sistema democrático, demanda una participación ciudadana consciente y profundamente
comprometida. No se puede ceder ante la apatía, permitiendo que arrebate la oportunidad histórica de forjar el porvenir de la justicia.
Por ello, el llamado debe ser apremiante y vehemente a todos los mexicanos: el próximo 1 de junio. Acudan a las urnas con convicción. No permitamos que la incertidumbre nos paralicen y que la desidia dicte el destino de la justicia.
He escuchado las dudas de muchos sobre nuestra muy próxima elección de juzgadores. Ello me ha parafraseado a algo que Shakespeare puso en la voz de Hamlet. ¿Votar o no votar? Y de allí, las dudas subsidiarias. Sí es votar, entonces ¿por quién votar? ¿cómo votar? ¿por quién votar? ¿cómo votar? ¿para qué votar? Los electores tenemos que decidir entre quienes no conocemos ni sabemos como son. Ello nos confunde y no se arriesga al error. Para explicarme con brevedad, recurro a una vivencia personal que parece guasa, Pero que fue lección. Hoy los electores nada saben de los miles de candidatos en una elección que algunos consideran insólita, ignota, incierta, ignara e infalible. Tampoco sabía, ni según para que sirven el aloe, la sábila, la manzanilla o la espinosilla. Hoy muchos no saben para qué sirve que los candidatos sean especialistas en constitucional, en amparo, el penal, en familiar, en mercantil o en administrativo. Por eso hay que votar. |
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