La soberbia, la prepotencia son los gestos del régimen que según transformaría al país. Estos, los soberbios, los prepotentes de ahora, son los que nos iban a redimir de la arbitrariedad de las clases políticas de entonces, porque aquellas, regocijadas en el pinche poder, hacían más de lo que se podría soportar. La apuesta social en el 2018 fue por esos cambios, por la esperanza que se blandía como la justicia que se impondría cuando llegaran al poder los diferentes, los que no eran iguales.
Después de ver y escuchar al presidente “humanista” y a su “hermano” el Director de Pemex, asumir las funciones de fiscales investigadores y de jueces que en cadena nacional resuelven y sancionan, queda bastante claro que la ley y sus procedimientos poco o nada les importan. Asquea la petulancia de su comportamiento como señores feudales dadores de favores y castigos, cegados en la persecución y la búsqueda ruin de lo que el líder supremo se ha quejado tanto, pero que aplica a su conveniencia: “la calumnia cuando no mancha tizna”.
Con dolo, se disfraza de franqueza para injuriar y construir realidades falsas, hechos sin pruebas, acusaciones de desmentidos para manchar a los que les son incómodos, de quienes se atreven a pensar distinto o rechazan sus mentiras. La historia ha registrado la palabrería a la que siempre acude para denostar sobre supuestos, sobre trascendidos que le hace llegar el “pueblo”, a través de sus servidores del bienestar.
Violando todas las normas, ha puesto en el cadalso de su estulticia a María Amparo Casar, académica, analista política y crítica, no de ahora sino desde hace décadas, investigadora dedicada a señalar con pruebas, los hechos de corrupción, arbitrariedad e impunidad que desde los distintos gobiernos se realizan.
Desde el vulgar espectáculo montado diariamente en Palacio Nacional se organiza la denostación de reputaciones, se quebranta la presunción de inocencia, la burla y la amenaza, como santo y seña del que no se equivoca nunca porque encarna el sentir del pueblo, de la representación V2 del santo oficio mexicano y émulo de Torquemada en su crueldad y megalomanía. Ciertamente, un personaje que pasará a la historia de la tragedia de un México al que traicionó de su esperanza y lo dejó hecho pedazos.
María Amparo Casar es ahora una perseguida política. Las investigaciones y datos presentados en la palestra presidencial sobre las tropelías cometidas por la administración obradorista, es claro que han incomodado de más al rey, que muestra sin recato un expediente donde acusa de corrupción a la señora Casar, por una pensión de viudez que recibe desde hace 20 años. Vulnerando su derecho y su privacidad, ofrece ante la televisión, “pruebas que la inculpan” según su opinión y la del Director de Pemex, como juzgadores, publicitando datos personales protegidos por la ley. La venganza que alimentan los ataques del comendador, muestran la esquizofrenia, los delirios del autoritario.
Han sido muchas las personas señaladas, muchas las acciones cuestionadas, muchos los discursos del combate a la corrupción como una bandera prioritaria de su ejercicio público. Al final de su mandato, el entuerto se ha vuelto mayor y sin denuncias ni sentencias, todo ha quedado en la palabrería de la impunidad. Frente a todos, los ejemplos de Segalmex, Dos Bocas, el AIFA, el Tren Maya, las pensiones de adultos mayores y sus 600 mil cobradores fantasmas. Un ejercicio gubernamental en el que el 80 % de los contratos fueron Adjudicaciones Directas, la casa de Houston, los sobres amarillos, los amigos de sus hijos y más elementos que muestran el fracaso del pañuelito blanco y del barrido de las escaleras de arriba hacia abajo.
A pesar de su “denuncia televisiva”, de su bajeza y su persecución a una ciudadana opositora, la señora Casar saldrá adelante y dará la cara, como ha sido su conducta en años, en sus trabajos e investigaciones y como dice en su último libro lo hará poniendo, “Los puntos sobre las íes”.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Para la posteridad: “No hay más violencia, hay más homicidios”.
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